jueves, 15 de enero de 2009

La Cita

Y Cristo desciende a la ciudad conducido por dos sombras a las que sólo él puede observar. No ha visto su rostro pero sabe que ellas habrán de llevarlo hasta el punto de su cita. Continúa bajando y la ciudad se torna más sombría. Por momentos, tiene la impresión de que avanza a través de un espejismo y sin embargo trata de apurar el paso para no perder de vista a las sombras que lo guían. Poco a poco, los edificios se esparcen hasta diluirse en las orillas de una gran plaza vacía. Cristo siente frío y, acaso, miedo. Camina por la plaza y no sabe dónde está. De pronto una risa atronadora lo ensordece, lo abrasa. Cristo cierra los ojos y sabe que ha llegado el momento de su cita. Abre los ojos, saluda y suelta una sonora carcajada.

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