martes, 13 de enero de 2009

Bush, el arrepentido

Ya con la cuenta regresiva de su mandato acercándose al final, el todavía presidente George W. Bush dio muestras de algo cercano al arrepentimiento o, por lo menos, al reconocimiento de que como presidente de los Estados Unidos de América, había cometido algunos errores. Su muy personal lista de fallos se limitó, en sus palabras, a proclamar la victoria de EU en Irak en 2003 (entiéndase bien: la guerra no fue un error, sino el anunciar la victoria “anticipada”) y al manejo de su administración de la catástrofe provocada por el paso del huracán Katrina por la ciudad de New Orleans. Por otra parte, se dijo “decepcionado” de no haber encontrado armas de destrucción de masas en Irak. Interesante que esto le causara una “decepción” cuando a cualquiera en su sano juicio le hubiese causado alivio. ¿Decepción por haber tenido que reconocer en público que todo era una gran mentira y el sólo un vulgar mentiroso? Bueno, digamos que quizás la muerte de miles de personas no causa ningún sentimiento de tristeza o conmiseración, pero aún en los individuos más obtusos, hay inquietudes que pueden alcanzar el corazón o esos recovecos del alma donde se agazapa la vergüenza: a fin de cuentas, una emoción, un ser humano.
Conforme avanzaba en la lectura de la nota (http://www.elpais.com/articulo/internacional/Bush/defiende/orgullo/gestion/elpepiint/20090113elpepiint_7/Tes) mi mente enumeraba algunas más de las muchas catástrofes en las que ese hombre tiene responsabilidad (lista que puede ser tan larga como se quiera, empezando por el empobrecimiento de millones hasta el calentamiento global, sin contar la estela de muerte que sembró y cosechó alrededor del mundo); desastres en los que, creo, jamás habrá de reconocer su responsabilidad. ¿Lo sabe y no lo quiere reconocer por no volver a abrir las puertas de la culpa, o sencillamente el hombre no tiene la capacidad humana de reconocerlo? Difícil decirlo.
Otra hipótesis es que, justamente, unos días antes de irse, George W. Bush, ha empezado a preparar el camino para lo que casi cualquier presidente vituperado o con alguna dudosa carga a cuestas (casi todos los ex presidentes Mexicanos lo han hecho) se empeña en llamar algo así como “Mi Verdad”. Y lo hacen en forma de un voluminoso libro en el que tejen la justificación de sus actos. Autobiográficos, sensibleros, grandilocuentes (es el tono adecuado al tamaño de sus Verdades), dichos libros siempre logran enganchar a muchos lectores con la promesa de encontrar entre sus páginas algún secreto de los entretelones del poder y esto, casi nunca, sucede. Al contrario, y como diría Bush, la búsqueda de esos secretos se suele tornar en decepción.
Si esa es su intención, ¿nadie le habrá dicho que esos intentos reivindicadores perpetrados por ex presidentes que se creen injustamente tratados por la historia, nunca sirven para nada?

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