domingo, 8 de febrero de 2009

Rostros en una Foto Antigua

Observa con atención y te darás cuenta de que lo que te digo es cierto. Sólo hay que concentrarse un poco en esos rostros, en sus gestos, en la mirada fija en una lente que hace ya 80 o 100 años congeló para nosotros sus sonrisas. Mira bien y si logras acallar tus propios pensamientos, quizás alcances a escuchar un soplo, un susurro, el sonido petrificado de una frase y entonces, sentirás un miedo helado, como una gran hueco que de pronto se abre en cada rostro que te observa. Y entonces escucharás tu nombre y sólo en ese instante la verás, ahí, sonriente junto a los demás; tal vez un poco atrás o al lado, casi como una sombra que se burla de ti, desafiante. Y si aún sigues ahí, parpadearás y te preguntarás por qué es justamente ahora que la ves, e incluso es posible que te sorprendas admirado por esa capacidad de ocultarse detrás de una sonrisa o de una voz o de un rostro cualquiera al que, de pronto, sentimos conocer pero que nos es imposible recordar; así, sin un rasgo, nombre ni apellido con el que se la pueda fijar en la conciencia más allá de un instante, del tiempo justo para no caer muerto de miedo. Y si aún sigues ahí, simplemente pasarás de largo y dejarás de verla más mientras ella, la muerte, sonreirá satisfecha de poder estar al lado tuyo hasta confundirse contigo y poderte acompañar, secretamente, hasta el momento en que habrá de presentarse en un susurro último, en un estremecimiento, quizás con algunas palabras amorosas, antes de sorprenderte con el certero golpe que habrá de arrebatarte, finalmente, de la vida.
Te lo preguntarás y, si aún estás con vida, no podrás darte una respuesta.

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