jueves, 3 de enero de 2008

Viajes

Las puertas se abren y la gente se atropella en su salida. Los veo arrastrando maletas, cargando bolsas. Agitados, parecen decididos a ganar una carrera. Sin embargo, algunos avanzan con torpeza. Hay mujeres que tras haber dado sólo algunos pasos, se detienen resoplando. Luego, mientras tratan de recuperarse, las observo alentar a otros viajeros. Les gritan algo y parecen querer impulsarlos con sus gestos. Después recogen la maleta y reanudan su camino.
Es una absurda carrera que ocurrió en los primeros minutos del día uno del mes uno y que, seguramente, se repite cada año. Desde mi ventana, observo este tráfago y pienso en el sinsentido de ese ritual y sus ministros. Creer que esta simple acción mimética tendrá el poder de confabular el universo para colmar de viajes de placer a esa grey extravagante, es una insensatez.
Los observo y me pregunto sobre los resortes de esa lógica. Para aquellos que ya están ahí, instalados en esas coordenadas, ¿dónde están las señales que habrán de guiar al aprendiz de brujo en su camino hacia la fuente del placer y no, por ejemplo, al sacrificio? ¿Cómo se pueden manipular las fuerzas del destino para que la vida no se despeñe en un viaje hacia el desastre, a una expulsión de la patria, a un desarraigo forzado y sin retorno? ¿Cuántos viajes no habrán de acabar en otros ámbitos, más próximos a la soledad y al sufrimiento?
De todas formas, el viaje real ocurre. Se da en esos actos y en los días meses años subsiguientes, irremediablemente, hasta el final.

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