martes, 27 de noviembre de 2007

Sinsentido

Los veo todas las mañanas, de pie, cinco metros entre uno y el siguiente, con sus chalecos, gorras y banderas brillantes, todos color naranja, cada uno batiendo enérgicamente su bandera, como en un movimiento de atracción, de adelante hacia atrás. Yo los observo y en algunos de ellos –a veces son ocho, otros días tengo la impresión de que son mucho más- leo tensión en su rostro; los veo apretar los dientes y seguir con la mirada el lento avance de los automóviles que su propio esfuerzo no consigue apresurar. Es como si para algunos de ellos ese movimiento, a fuerza de repetirlo, se convirtiese en un ritual, en un acto al que, para oponerse al sinsentido, ellos hubiesen decidido entregarse en la creencia de que esa tarea, contra toda evidencia, tiene algún efecto.
Yo los veo y a veces busco con la mirada a algún oscuro funcionario en su papel de superior, de alguien quien, con rostro adusto, crea marcar el ritmo y la dirección de esa troupe. No lo he encontrado quizás, porque ni ellos ni nadie necesita su presencia.
Los veo y siento pena por el sinsentido de sus actos. Varios de ellos también lo saben; lo he leído en alguna mirada que sin quererlo se ha cruzado, avergonzada, con la mía.
Quién sabe, tal vez ahora, tras haberse liberado por algunas horas del ritual, ese alguien también piense sobre el sinsentido del automovilista que persiste en tomar la misma ruta, siempre…y quizás tenga razón.

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