viernes, 2 de noviembre de 2007

Un Perro

Abro la puerta del auto y me sorprende escuchar el ladrido de un perro. Lo oigo entre el ruido de los autos y percibo cierta crispación, algo que me hace sentir que ese ladrido tiene que ver conmigo. Levanto la mirada y veo, justo a la mitad de la avenida, al animal que me ladra y pienso que esos segundos puedan acaso ser los últimos en la vida de ese perro. Lo observo y manoteo en un intento de ahuyentarlo pero él no se mueve, absorto en su propia furia, sin dar un solo paso para alejarse de los autos que apenas alcanzan a esquivarlo. Yo, en cambio, subo a la banqueta y continúo con mi camino. Unos cuantos metros más adelante me cruzo con la mirada horrorizada de una mujer; viene hacia mí con una mueca en los labios y sin mirarme, perdidos los ojos en dirección a la avenida hacia donde, un instante después giro el rostro y busco ese algo que provoca el gesto de esa mujer desconocida. Lo que veo es al perro tendido en el asfalto. No hay sangre. Lo que me sorprende son sus movimientos: lo veo mover sus patas como si aún corriese. Pienso, sin saber por qué, que ese animal ya murió y que lo que ahora veo es más que un movimiento reflejo: el movimiento de un animal que ahora ha dejado atrás su furia y que sigue su camino por otras avenidas, interminables, huecas, desconocidas.

Veo a dos mujeres que intentan recoger el cuerpo. Están de pie sin poder cruzar esa avenida.

Quizás el perro alcanzó finalmente el otro lado, y yo reanudo mi camino.

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