jueves, 15 de noviembre de 2007

Alguien a quien no conozco

Pasar varias horas al día cerca de alguien de quien se sabe muy poco. Alguien que además, esto lo intuyo, lucha porque nadie intente aproximarse a él. Es como si hubiese levantado, entre nosotros dos, una barrera hecha de silencios, de gestos, de pequeñas frases que repelen cualquier intento de contacto. Observarlo y no poder acortar esa distancia que él espera conservar ente nosotros dos. ¿Qué le gusta, tiene hijos, qué le irrita, por qué está aquí? Preguntas qué acaso puedan serle incómodas o, quién lo puede anticipar, quizás tengan el poder de abrir la puerta hacia una zona que el otro se empeña en proteger. El espacio del que emerja una mueca que, sin él quererlo, se imponga hasta encarnarse en su rostro de todos los días, deformándolo, mostrando algo que sólo el conoce y que se obstina en ocultar. ¿Qué secretos se asoman en el borde torcido de unos labios, en la mirada que de pronto se pierde en otro tiempo, en el silencio obstinado de una mueca?
Sí, a veces, es mejor no preguntar.

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