jueves, 22 de noviembre de 2007

Recuerdo de un cuarto vacío

¿Se puede hablar del deslumbramiento del pasado, del momento en que las imágenes largamente ocultas, vuelven de pronto de la mano de un estímulo cualquiera? Un olor, un gesto, la intensidad de la luz. ¿Dónde reside la memoria, en qué desván de la conciencia se acumulan los momentos en que nuestra vida alcanza a tocar la siempre esquiva realidad?
Cierro los ojos y trato de recobrar un fragmento del pasado. Espero y ese recuerdo no acude a mi memoria, en cambio, me observo a mi mismo cerrando los ojos y luego de un instante lo que veo es mi propio rostro confundiéndose con el de otro hombre; como si contemplara la imagen de una diapositiva que se disuelve para ceder ante otra imagen, la de alguien que aguarda, con la espalda recargada contra la pared, en el interior de un gran salón vacío. Es de noche y yo sé que afuera llueve. Desde el centro de ese espacio se oye el sonido acompasado de una gota que estalla sobre el piso. El hombre escucha y cuenta las gotas, una a una, setenta y cuatro, setenta y cinco, setenta y seis y con cada gota ese hombre observa el charco que, como una amiba, se va extendiendo sobre el piso. Noventa y cuatro noventa y cinco noventa y seis y observa que la forma avanza y tiende sus tentáculos en el camino que le ofrece la unión entre las lozas. Líneas que se alargan desde el centro y que ciento dos, ciento tres, cuatro también avanzan hacia él ciento nueve, diez y uno de esos tentáculos lo alcanza y moja sus pies y el hombre levanta el rostro y yo siento la humedad del piso y, en ese instante, el recuerdo que buscaba vuelve a mi.

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