martes, 27 de noviembre de 2007

Sinsentido

Los veo todas las mañanas, de pie, cinco metros entre uno y el siguiente, con sus chalecos, gorras y banderas brillantes, todos color naranja, cada uno batiendo enérgicamente su bandera, como en un movimiento de atracción, de adelante hacia atrás. Yo los observo y en algunos de ellos –a veces son ocho, otros días tengo la impresión de que son mucho más- leo tensión en su rostro; los veo apretar los dientes y seguir con la mirada el lento avance de los automóviles que su propio esfuerzo no consigue apresurar. Es como si para algunos de ellos ese movimiento, a fuerza de repetirlo, se convirtiese en un ritual, en un acto al que, para oponerse al sinsentido, ellos hubiesen decidido entregarse en la creencia de que esa tarea, contra toda evidencia, tiene algún efecto.
Yo los veo y a veces busco con la mirada a algún oscuro funcionario en su papel de superior, de alguien quien, con rostro adusto, crea marcar el ritmo y la dirección de esa troupe. No lo he encontrado quizás, porque ni ellos ni nadie necesita su presencia.
Los veo y siento pena por el sinsentido de sus actos. Varios de ellos también lo saben; lo he leído en alguna mirada que sin quererlo se ha cruzado, avergonzada, con la mía.
Quién sabe, tal vez ahora, tras haberse liberado por algunas horas del ritual, ese alguien también piense sobre el sinsentido del automovilista que persiste en tomar la misma ruta, siempre…y quizás tenga razón.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Recuerdo de un cuarto vacío

¿Se puede hablar del deslumbramiento del pasado, del momento en que las imágenes largamente ocultas, vuelven de pronto de la mano de un estímulo cualquiera? Un olor, un gesto, la intensidad de la luz. ¿Dónde reside la memoria, en qué desván de la conciencia se acumulan los momentos en que nuestra vida alcanza a tocar la siempre esquiva realidad?
Cierro los ojos y trato de recobrar un fragmento del pasado. Espero y ese recuerdo no acude a mi memoria, en cambio, me observo a mi mismo cerrando los ojos y luego de un instante lo que veo es mi propio rostro confundiéndose con el de otro hombre; como si contemplara la imagen de una diapositiva que se disuelve para ceder ante otra imagen, la de alguien que aguarda, con la espalda recargada contra la pared, en el interior de un gran salón vacío. Es de noche y yo sé que afuera llueve. Desde el centro de ese espacio se oye el sonido acompasado de una gota que estalla sobre el piso. El hombre escucha y cuenta las gotas, una a una, setenta y cuatro, setenta y cinco, setenta y seis y con cada gota ese hombre observa el charco que, como una amiba, se va extendiendo sobre el piso. Noventa y cuatro noventa y cinco noventa y seis y observa que la forma avanza y tiende sus tentáculos en el camino que le ofrece la unión entre las lozas. Líneas que se alargan desde el centro y que ciento dos, ciento tres, cuatro también avanzan hacia él ciento nueve, diez y uno de esos tentáculos lo alcanza y moja sus pies y el hombre levanta el rostro y yo siento la humedad del piso y, en ese instante, el recuerdo que buscaba vuelve a mi.

martes, 20 de noviembre de 2007

Sobre el pasado y nuestros muertos

No me parece, dijo Austerlitz, que comprendamos las leyes que rigen el pasado, pero cada vez me parece más como si no hubiera tiempo, sino diversos espacios, imbricados entre sí, entre los que los vivos y los muertos, según el talante en que se encuentran, van de un lado a otro, y cuanto más lo pienso tanto más me parece que nosotros, los que todavía nos encontramos con vida, a los ojos de los muertos somos irreales y sólo a veces, en determinadas condiciones de luz y requisitos atmosféricos, resultamos visibles.

Austerlitz
W.G. Sebald

jueves, 15 de noviembre de 2007

Alguien a quien no conozco

Pasar varias horas al día cerca de alguien de quien se sabe muy poco. Alguien que además, esto lo intuyo, lucha porque nadie intente aproximarse a él. Es como si hubiese levantado, entre nosotros dos, una barrera hecha de silencios, de gestos, de pequeñas frases que repelen cualquier intento de contacto. Observarlo y no poder acortar esa distancia que él espera conservar ente nosotros dos. ¿Qué le gusta, tiene hijos, qué le irrita, por qué está aquí? Preguntas qué acaso puedan serle incómodas o, quién lo puede anticipar, quizás tengan el poder de abrir la puerta hacia una zona que el otro se empeña en proteger. El espacio del que emerja una mueca que, sin él quererlo, se imponga hasta encarnarse en su rostro de todos los días, deformándolo, mostrando algo que sólo el conoce y que se obstina en ocultar. ¿Qué secretos se asoman en el borde torcido de unos labios, en la mirada que de pronto se pierde en otro tiempo, en el silencio obstinado de una mueca?
Sí, a veces, es mejor no preguntar.

martes, 13 de noviembre de 2007

Varios Signos, una Identidad


El hallazgo de un cadáver.
Esta mujer, de quien se presume era una prostituta, aún no ha sido identificada.
Presenta 4 tatuajes: tres cartas de baraja, una flor, las letras Lado Sur 951, y un ramo de flores con la palabra “Omar”.
(Tomado de una nota periodística)
Varios signos, una cifra, la piel de una mujer a quien habían encontrado muerta hace ya varios meses y de la que nadie hubiera hablado de no ser por la efímera notoriedad del asesino. Un cadáver sin rostro, sin pasado, sin una voz que reclamara su nombre y, con él, su memoria ¿Qué hay detrás de una flor? ¿Qué, más allá del lado sur, en esa esquina marcada con el 951? ¿Acaso está Omar, ese fantasma que la espera en algún lugar desde el que quizás pueda algún día decir que sí, que él fue quien le había regalado esas flores y otras muchas cosas a esa mujer a quien había querido al punto de que tras muchas noches de pedirle que se fuera con él, ella de pronto había aceptado echándole los brazos alrededor del cuello para susurrarle, por primera vez, su verdadero nombre junto con la promesa de que estaba dispuesta a acompañarlo?
Fragmento

viernes, 2 de noviembre de 2007

Un Perro

Abro la puerta del auto y me sorprende escuchar el ladrido de un perro. Lo oigo entre el ruido de los autos y percibo cierta crispación, algo que me hace sentir que ese ladrido tiene que ver conmigo. Levanto la mirada y veo, justo a la mitad de la avenida, al animal que me ladra y pienso que esos segundos puedan acaso ser los últimos en la vida de ese perro. Lo observo y manoteo en un intento de ahuyentarlo pero él no se mueve, absorto en su propia furia, sin dar un solo paso para alejarse de los autos que apenas alcanzan a esquivarlo. Yo, en cambio, subo a la banqueta y continúo con mi camino. Unos cuantos metros más adelante me cruzo con la mirada horrorizada de una mujer; viene hacia mí con una mueca en los labios y sin mirarme, perdidos los ojos en dirección a la avenida hacia donde, un instante después giro el rostro y busco ese algo que provoca el gesto de esa mujer desconocida. Lo que veo es al perro tendido en el asfalto. No hay sangre. Lo que me sorprende son sus movimientos: lo veo mover sus patas como si aún corriese. Pienso, sin saber por qué, que ese animal ya murió y que lo que ahora veo es más que un movimiento reflejo: el movimiento de un animal que ahora ha dejado atrás su furia y que sigue su camino por otras avenidas, interminables, huecas, desconocidas.

Veo a dos mujeres que intentan recoger el cuerpo. Están de pie sin poder cruzar esa avenida.

Quizás el perro alcanzó finalmente el otro lado, y yo reanudo mi camino.