viernes, 28 de diciembre de 2007

Dos Sueños

Sueño uno, dos hermanos.

Siempre uno al lado del otro, sin mirarse. De vez en vez, el menor es el que habla. Se esfuerza por parecer gracioso, por hacer bromas que, cuando no tienen ningún eco, le hacen encogerse de hombros antes de hundirse en un silencio abrumador. Entonces, con la cabeza baja, mete las manos en las bolsas y trata de no alejarse de su hermano, de caminar cerca de él.
El tiempo pasa y el viento aligera la carga de silencio, lo erosiona. El sonido de los pasos, uno detrás de otro y, de repente, otra broma. Esta vez, el mayor suelta una carcajada y el menor da pequeños saltos antes de arrojarse, con lo ojos brillantes, a los brazos de su hermano. Eufóricos se abrazan y el mayor, tras unos segundos, besa a su hermano en la mejilla para después tomarlo de los hombros y, con firmeza, alejarlo de él.
Los hermanos no se miran.
Reanudan su marcha. En silencio, hasta la siguiente broma.


Sueño dos, un viaje

Veo el mapa de un país y sé que la marcha está por comenzar. El trayecto es largo y peligroso, a través de bosques y ciudades destruidas, siempre a la vera de un río que atraviesa el territorio de sur a norte. Estoy preocupado porque no quiero exponer a mi familia. La guerra terminó hace poco tiempo y, en su disolución, los ejércitos dejaron tras de si zonas altamente radioactivas; lugares aún no identificados que guardan, en su respiración, el soplo de la muerte. Temo no ser capaz de eludir las zonas de peligro.
La marcha comienza.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Santa Claus

El hombre impecablemente disfrazado, gran abdomen, tez clara, barba blanca, cejas también blancas, mejillas rubicundas; el individuo perfecto para esa simulación. Lo observo arrellanarse en un inmenso sofá rojo y me sorprendo de la fidelidad a su papel. Aún más: el gesto cálido, los ademanes que parecen decir “anda, dime cuál es tu deseo y confía en que ese regalo llegará a ti”. Lo miro guiñarle a los niños que, acostumbrados a la ubicuidad de esa figura, lo observan, dudan, pero al final no parecen interesarse mucho en él. Santa se encoje de hombros y le sonríe al fotógrafo quien, con gesto aburrido, se recarga en la pared. No ocurre nada. Yo me volteo y apenas he dado algunos pasos cuando me sobresalta el llanto crispado de un niño. A mi derecha, veo al pequeño de no más de tres años que forcejea con dos niños más grandes que él. “Ven, vamos a ver a Santa” y él pequeño lucha para que no lo arrastren hacia el sofá donde el falso Santa Claus se acomoda y parece hacer un esfuerzo por agradar y, al mismo tiempo, contenerse. Yo lo observo y atisbo cierta malicia en su mirada, algo que parece decir “anda, no temas, ven conmigo”. Luego, levanta sus ojos y lo veo parpadear como si tuviese dificultades para ver. De pronto algo sucede: tengo la impresión de que lo recorre una corriente eléctrica. En un instante, puedo sentir cómo esa fuerza lo estremece hasta que, al llegar a su rostro, se manifiesta en un extraño rictus, una sombra que cae sobre él desvaneciéndolo, borrándolo en el fondo de su enorme sofá rojo. Yo parpadeo y, al abrir los ojos, lo veo de vuelta ahí, entero, sonriéndole a los niños.
A mi alrededor nadie más parece haberse percatado de su ausencia, de la sombra que lo arrebató de ese escenario para llevarlo a otro lugar. Quizás el niño lo alcanzó a intuir; quizás vio su verdadero rostro en el vacío del sofá rojo. No lo sé, pero ahora el niño se aleja de la mano de su madre, en silencio.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Extravío

Escuche una voz sin rostro que me decía lo que ves son todas las cosas que nunca has perdido y al oír esas palabras en mi mente resonó una pregunta que, sin entender por qué, repetí una y otra vez como si fuese un salmo ¿y entonces, dónde está todo aquello que he perdido o abandonado, en qué cuarto en qué espacio en qué lugar puedo encontrarlo? y no fue sino hasta que transcurrieron algunos minutos en que la frase volvía a comenzar en el aire y en mi boca, cuando tuve la súbita certeza de que la respuesta no estaba en otro lugar sino en uno de los objetos extraviados, perdidos, para siempre

jueves, 6 de diciembre de 2007

Ratón sin Miedo

Científicos crean ratón sin miedo

Nota publicada el 15 de Noviembre, 2007 (fragmento):
La imagen de un pequeño ratón jugando con el collar de un gato. El miedo innato está vinculado al sentido del olfato y puede ser apagado al cerrar ciertos receptores en el cerebro. El experimento de científicos japoneses produjo un lote de “intrépidos” roedores

Un cambio genético en el sentido del olfato del ratón le ha causado la pérdida de la capacidad de asociar el olor del gato con el miedo innato a un depredador potencial.


No conoce el miedo. Aparentemente intrépido, puede acercarse a su depredador natural y ni siquiera sospechar que está a punto de convertirse en un bocado. Es posible que perciba los ojos acechantes del felino, la repentina posición de ataque, y sin embargo el ratón no se estremece bajo la amenaza que se cierne sobre él.
Los hombres que consiguieron este avance en el campo de la mutilación genética, están orgullosos y confiados. Saben que su logro les abrirá las puertas de espacios académicos cada vez más promisorios y, por ahora, incluso se dan tiempo para posar ante las cámaras. Es momento de relajarse, de hacer a un lado el registro puntual de la conducta del roedor, para, por qué no, divertirse a costa de él. Observarlo pasearse frente al gato mientras ellos mismos toman fotos que habrán de enviar a sus amigos o a alguna empresa que ya expresó su deseo de comercializar la imagen para alguna tarjeta postal o calendario. En esto, los hombres se parecen al ratón: divertidos, no perciben la amenaza de su juego.

Vulnerabilidad.

¿Hasta dónde puede llegar esto? ¿Qué tanto será posible continuar torciendo las trenzas de ADN, haciendo cortes a los eslabones, intercambiando células de material genético por otras cuyo propósito sea atrofiar órganos, ocasionar una excrescencia o, acaso, menguar o potenciar una pulsión? En el fondo, no se trata del miedo, sino de la capacidad de auto preservación, de la contención necesaria para no lanzarse a los abismos. Se trata de no abrir la puerta a que en nuestro mundo se instale de una vez por todas la violencia dislocada, el caos final. ¿Cuánto puede resistir la ya desgastada trama del tejido social una vez que seamos capaces de cortar, deliberadamente y en el fondo del instinto, las amarras que aún nos atan a la frágil convivencia? Pienso en esto y, todavía, siento temor.


En las primeras pruebas se adoptó una precaución adicional antes de presentar el ratón a los gatos domésticos. “Les dimos de comer a los felinos mucho antes de tomar fotos; de otro modo habrían matado a nuestro valioso ratón mutante”, expresó Sakano.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Videojuegos

1. Diálogo escuchado en una juguetería.

La mujer lleva una caja vistosa. Al pie de un edificio en ruinas, las llamas consumen lo que queda de un vehículo. En primer plano, la imagen de un soldado.

Un hombre observa a la mujer y le pregunta, con una disculpa por delante, qué es lo que compró.

Ella le devuelve la mirada y por un instante parece desconcertada. Después la oigo contestar:

- Es un videojuego, pero no sé de qué se trata. Cuando mi hijo era más pequeño, sí me interesaba lo que pedía, pero mire, ahora todos los juegos se ven iguales y yo no los entiendo. Además a los niños no les gusta explicar qué es lo que juegan.
Si le interesa, la caja la tomé detrás del anaquel azul.


2. Pienso en los corazones en los que el peso de un nuevo mundo no cesa de crecer.

Pareciera que la expansión de la violencia se enmascara detrás de la etiqueta del entretenimiento. Las imágenes no solamente llegan a una audiencia de millones a través de la televisión, sino que ahora la tecnología empleada en la creación y difusión de videojuegos se ha vuelto capaz de invertir la pasividad del espectador en la actividad del jugador; el paso del mero consumo de imágenes a una participación directa en tramas y aventuras que personajes extremadamente violentos viven en su ambiente virtual; mundos éstos con sus propias leyes y donde la reglas, normalmente, se limitan a la defensa y el ataque para, al final, obtener una vaga recompensa y la promesa de futuras ilusiones. En estos ambientes, las consideraciones morales dejan de existir y los sentimientos deben relegarse ante la urgencia de mantener y a veces prolongar la propia vida: es una guerra en la que nada tiene valor, salvo la destrucción sistemática de aquellos que durante un lapso específico, buscan acabar con el propio ser del jugador.

El tiempo del juego hace de la verdadera realidad del jugador, la de su vida cotidiana, una realidad difusa, una niebla de la que poco a poco el jugador se va alejando, tal y como uno se aleja de un sueño al despertar.


3. Cita proveniente de artículo escrito Jaime Septien

Son muchos los críticos de la era de las imágenes que han advertido ya sobre el riesgo de lo que Jean Baudrillard llama “soluciones imaginarias”. Antes se pensaba (y se actuaba en consecuencia) que a problemas reales había que anteponerle soluciones reales. Hemos dado el paso hacia el abismo: hoy en la política, en la economía, en la vida personal, lo que se lleva es darle una solución virtual a las complejidades que se nos presenten. El mismo Baudrillard apunta: la sociedad planetaria es un gigantesco Disneylandia donde lo real ha sido desplazado por lo virtual. Remata el pensador francés: “el mundo está acabado”.


4. El mundo está acabado

En el corazón de una ciudad devastada, el soldado escuchará la voz de su madre llamándolo a cenar. Suelta una última ráfaga para hacer volar un camión cisterna y, acaso, para silenciar también esa voz que parece surgir de entre las ruinas. Satisfecho, caminará hacia el sitio en que, como en un parpadeo, sus propios dedos hacen desaparecer esas imágenes para sustituirlas por la de un televisor apagado y soltará el control remoto que rodará sobre la alfombra. El soldado se pondrá de pie y, cuidando de no pisar ningún cadáver, caminará hacia la cocina. Mirará a su madre y, en silencio, tomará su cena.