A lo largo de los últimos meses había observado, casualmente y sin saber por qué, a una mujer. Ahora sé que había algo en ella que, desde un principio, me irritaba. Hoy la he vuelto a encontrar y he sentido un turbio desagrado, una sensación que de golpe, como una imagen que se dibuja sobre un fondo de niebla, revela ahora sus contornos, su compacta solidez. Cierro los ojos y siento que el disgusto abre paso a una certidumbre y sus palabras, ella te causa molestia porque se parece a ti, porque tiene rasgos tuyos que indudablemente deben de ser molestos para los demás.
Me digo esto y después, siento vergüenza.
Me digo esto y después, siento vergüenza.
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